20121129

Reflexión. Alberto Martínez Carrizo


“LA DISOLUCIÓN DE LA ESTANCIA”, JOSÉ MORALES                                    ”construir, habitar, pensar” Martin Heidegger                                 

HABITAR

El espacio doméstico como algo transformable, producto de la tecnología, de lo moderno y lo tradicional, de las acciones cotidianas, de los objetos en su interior, del entorno, de las miradas, en definitiva, del habitar. Término que deriva del latín habitare que significa “ocupar un lugar”, “vivir en él”,”. Pero, en la actualidad, el concepto de habitar no tiene límites, es cambiante y transformable. Esto es porque la construcción del habitar está sometida a ritmos, impulsos y sensaciones. Según Martin Heidegger, somos en la medida en que habitamos.

La única posibilidad que el  hombre tiene para ser y  estar en el mundo es habitándolo. Como el mundo en su estado natural no es habitable, al hombre no le basta su condición individual para sobrevivir, por necesidad tiene que reinventar el mundo. Inventa una segunda piel protectora que le proporciona un espacio habitable donde pueda conservar, producir y reproducir su vida. A esa segunda piel le damos el nombre de Arquitectura.

La función histórica y social de la arquitectura ha sido la creación necesaria de un espacio humanizado, un espacio hecho a imagen y semejanza del hombre para que éste sobreviva. Un espacio que el hombre pueda habitar. En este sentido, creemos que la esencia de la arquitectura radica en ese espacio interno y las características que debe llenar para satisfacer las necesidades del hombre. La Arquitectura es aquello que transforma el espacio en lugar. Esa transformación es la esencia del habitar. Se constituye entonces un programa arquitectónico, con el fin de plantear formas de habitar, a través de las que el sujeto llegue a ser capaz de construir una idea y una interpretación de lo que le rodea.

 El espacio habitado se convierte, es una extensión de la persona, una especie de segunda piel. Casa, cuerpo y mente se encuentran en una continua interacción; la estructura física, el mobiliario, las convenciones sociales y las imágenes de la casa permiten y condicionan al mismo tiempo las actividades y las ideas que se desarrollan dentro de sus paredes, un entorno creado y decorado como escenario de la habitabilidad. La forma de vida y la cultura, como elementos del habitar, configuran el espacio y lo transforman según sus necesidades. Es un ejemplo más de que una vivienda se construye habitándola y en función de las personas, y no al contrario.

Detrás de la idea de habitar se dibujan tanto las dimensiones privadas e íntimas del sujeto como los deseos colectivos. Estos factores colectivos configuran en gran medida el espacio proyectado como espacio habitable. Dentro del espacio construido, se buscan diferentes grados de privacidad, dependientes de las actividades cotidianas y de las relaciones sociales con vecinos o la familia. Aparecen en las viviendas diferentes estancias caracterizadas, además de por su función, por su grado de privacidad. El conjunto de los diferentes niveles o grados de privacidad condiciona las acciones cotidianas y las sensaciones. Es un factor central en el habitar.

No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida que habitamos. El habitar y el construir están estrechamente vinculados con el pensar, porque, al igual que el pensar, el construir le da apertura al ser, crea un mundo, un espacio habitable, y es en el propio habitar donde se percibe el sentido de este espacio y el pensar acoge e instala al ser. Se configura un espacio habitable reflejo de cada habitante. Este espacio no se construye y se habita, sino que se construye habitándolo. El “construir” y el “habitar” se entrecruzan, pues se unen en un “pensar”, el habitar se convierte en un proceso a lo largo del tiempo.



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