“LA
DISOLUCIÓN DE LA ESTANCIA”, JOSÉ MORALES ”construir, habitar, pensar” Martin
Heidegger
HABITAR
El
espacio doméstico como algo transformable, producto de la tecnología, de lo
moderno y lo tradicional, de las acciones cotidianas, de los objetos en su
interior, del entorno, de las miradas, en definitiva, del habitar. Término que deriva del latín habitare que significa “ocupar un lugar”,
“vivir en él”,”. Pero, en la actualidad, el concepto de habitar no tiene
límites, es cambiante y transformable. Esto es porque la construcción del habitar
está sometida a ritmos, impulsos y sensaciones.
Según Martin Heidegger, somos en la medida en que habitamos.
La
única posibilidad que el hombre tiene
para ser y estar en el mundo es
habitándolo. Como el mundo en su estado natural no es habitable, al hombre no
le basta su condición individual para sobrevivir, por necesidad tiene que
reinventar el mundo. Inventa una segunda piel protectora que le proporciona un
espacio habitable donde pueda conservar, producir y reproducir su vida. A esa
segunda piel le damos el nombre de Arquitectura.
La función histórica y social de la arquitectura ha sido la creación
necesaria de un espacio humanizado, un espacio hecho a imagen y semejanza del
hombre para que éste sobreviva. Un espacio que el hombre pueda habitar. En este
sentido, creemos que la esencia de la arquitectura radica en ese espacio
interno y las características que debe llenar para satisfacer las necesidades
del hombre. La Arquitectura es aquello que transforma el espacio en lugar. Esa
transformación es la esencia del habitar. Se constituye entonces un programa
arquitectónico, con el fin de plantear formas de
habitar, a través de las que el sujeto llegue a ser capaz de construir una idea y una interpretación de lo que le
rodea.
El espacio habitado se convierte, es una extensión de la
persona, una especie de segunda piel. Casa, cuerpo y mente se encuentran en una
continua interacción; la estructura física, el mobiliario, las convenciones
sociales y las imágenes de la casa permiten y condicionan al mismo tiempo las
actividades y las ideas que se desarrollan dentro de sus paredes, un entorno
creado y decorado como escenario de la habitabilidad. La forma de vida y la cultura, como
elementos del habitar, configuran el espacio y lo transforman según sus
necesidades. Es un ejemplo más de que una vivienda se construye habitándola y
en función de las personas, y no al contrario.
Detrás de la idea de habitar se dibujan tanto las dimensiones privadas e
íntimas del sujeto como los deseos colectivos. Estos factores colectivos
configuran en gran medida el espacio proyectado como espacio habitable. Dentro
del espacio construido, se buscan diferentes grados de privacidad, dependientes
de las actividades cotidianas y de las relaciones sociales con vecinos o la
familia. Aparecen en las viviendas diferentes estancias caracterizadas, además
de por su función, por su grado de privacidad. El conjunto de los diferentes
niveles o grados de privacidad condiciona las acciones cotidianas y las
sensaciones. Es un factor central en el habitar.
No habitamos porque hemos construido, sino que
construimos y hemos construido en la medida que habitamos. El habitar y el
construir están estrechamente vinculados con el pensar, porque, al igual que el
pensar, el construir le da apertura al ser, crea un mundo, un
espacio habitable, y es en el propio habitar donde se percibe el sentido de
este espacio y el pensar acoge e instala al ser. Se configura un espacio
habitable reflejo de cada habitante. Este espacio no se construye y se habita,
sino que se construye habitándolo. El “construir” y el
“habitar” se entrecruzan, pues se unen en un “pensar”, el habitar se convierte
en un proceso a lo largo del tiempo.
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